Pequeñas Comunidades Eclesiales Diocesanas
Las Pequeñas Comunidades Eclesiales Diocesanas (PCED) buscan recorrer con la Bienaventurada Virgen Maria el camino del discipulado de Jesús.
¿Quiénes somos?
Las PCED son un carisma propio de la Diócesis de Valledupar, fruto de las orientaciones dadas en el Concilio Vaticano II y en la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Santo Domingo. Pretenden llevar gradualmente a los bautizados hacia un encuentro personal con Jesucristo que transforme sus vidas y los haga auténticos discípulos y misioneros.
Las PCED realizan un itinerario formativo por etapas, cada una de las cuales está marcada por signos, celebraciones, documentos y sobre todo centrada en la Palabra de Dios, que van llevando a quienes hacen parte de ellas, a una progresiva conversión del corazón y a una adhesión cada vez más sólida con Cristo y con la Iglesia.
Descripción del Proceso
El itinerario
formativo de las PCED se inicia con unas catequesis de convocación en
las que se anuncia la Buena Noticia y se presenta como modelo el camino
recorrido por la Virgen María y contemplado por los cristianos en el
santo rosario que no en balde bordea el escudo de nuestra Diócesis.
La
primera etapa se llama iniciación. Nuestras PCED iniciarán su formación
conociendo y profundizando en las Sagradas Escrituras las grandes
etapas de la Historia de la Salvación. Se servirán de dos cartillas que
llevan como titulo “El Plan de Salvación”.
Después de aproximadamente
dos años de iniciación, los hermanos son convocados a un encuentro en
el que se evalúa el proceso, se cierra esta etapa y se abre la etapa del
discipulado. Como su nombre lo dice, en esta etapa se recorre junto con
los Apóstoles, la Virgen Maria y las primeras pequeñas comunidades de
cristianos los caminos que Jesús les enseñó a recorrer para ser sus
discípulos. Para ello, se abren las páginas del Evangelio en las que se
hace viva y patente esa íntima relación entre Jesús y los discípulos. En
esta etapa se pretende conocer a Jesús para ser sus discípulos.
Esta
etapa se realiza en un ambiente espiritual marcado por el bautismo y la
experiencia de pascua: no hay discípulo autentico sin cruz, no hay
discípulo verdadero sin resurrección, no hay discípulo fiel sin el
bautismo. Esta Etapa concluye con la renovación de las promesas
bautismales en una celebración que evoca la Vigilia Pascual.
No podrá pasar a la siguiente etapa quien no esté dispuesto, después
de haber conocido a Jesús, a vivir en medio del mundo y de las cosas
temporales, las enseñanzas del Señor y de llevarlas hasta las últimas
consecuencias.
Esa siguiente etapa se llama comunión y participación,
porque en ella se aprende a vivir en comunidad la comunión con la Santa
Madre Iglesia, reafirmando nuestra fe y nuestro compromiso con ella,
nuestra comunión con el Sucesor de Pedro y con el Obispo, legitimo
sucesor de los apóstoles que preside nuestra Diócesis y a construir esa
Iglesia de modo corresponsable, hombro a hombro con el párroco y con las
demás expresiones autenticas y reconocidas que edifican la Iglesia.
Se
sella el compromiso con la Iglesia en la renovación de la experiencia
de Pentecostés, un retiro marcado por el sacramento de la Confirmación y
el compromiso misionero, con el cual la comunidad entra en la etapa de
la misión.
Durante esta etapa la comunidad es enviada a la misión a
los sitios más apartados o a los ambientes donde las personas han
abandonado la iglesia y allí son misioneros. Mientras tanto se estudian
la doctrina cristiana y la celebran a partir del contenido del Catecismo
de la Iglesia Católica.
Al terminar esta etapa, cada uno de los
miembros de la comunidad habrá elegido un campo específico de apostolado
y de servicio y después de formarse para vivirlo y ejercerlo será
instituido o enviado por el Obispo. Aquí concluye el Itinerario
comunitario, aunque no la vida comunitaria y comienza un nuevo campo
formativo: el del Ministerio o apostolado específico.