Vicente Roig y Villalba
Vicente Roig y Villalba nació en Guadasuar, España, el 29 de agosto de 1904. Cursó estudios humanísticos en Masamagrell. Profesó en la orden capuchina el 22 de julio de 1922. Estudió filosofía y teología en Orihuela y fue ordenado Sacerdote el 17 de diciembre de 1927. Llegado a la Guajira, fue preconizado Vicario Apostólico el 15 de diciembre de 1945. El 25 de abril de 1969, al ser erigida Valledupar en Diócesis, es designado primer Obispo residencial. Murió el 6 de abril de 1977. En plena lucidez recibió los Santos Sacramentos, solicitando expresamente comunicara al Santo Padre que ofrecía sus dolores y su vida por la iglesia. Así mismo expresó su otorgamiento de cristiano perdón para todos. Su cadáver, expuesto a la veneración de los fieles, fue visitado día y noche interrumpidamente, en el triduo sacro. La misa de resurrección se celebró en pública plaza. Sus restos descansan en la Catedral
TRAYECTORIA DE UNA VIDA FECUNDA
José Martorell, capuchino y amigo de Mons. Vicente desde su infancia y hombre de su confianza en los años de su vida episcopal, fue además confidente, consejero y secretario. Con la sencillez de quien sabe decir cosas grandes, traza este bosquejo biográfico. Nació en un hogar profundamente cristiano, el 29 de agosto de 1904. Sus padres se llamaban Vicente Roig, por sobrenombre “Visantet el Bo”, cariñosamente dicho en valenciano, Vicente “el bueno”, y Concepción Villalba. Su cuna de origen fue Guadasuar, un pueblo valenciano original y distinto, crecido de naranjales, aguas cristalinas y hogares de raigambre fecundo como su suelo. Desde niño vivió un ambiente de fe práctica, sirviendo al Señor como monaguillo en su parroquia de San Vicente Mártir, a quien profesó toda su vida devoción especial. En su honor escribió una obra titulada: “El invicto mártir San Vicente”, que sus paisanos la conservan como el más precioso regalo entre los legajos y revistas de la pequeña biblioteca familiar. Hizo sus estudios humanistas en el Seminario Seráfico de los hermanos menores capuchinos de Masamagrell. Terminados los estudios hizo su entrada en la orden capuchina en el convento de ollería. Fácilmente asimiló el espíritu franciscano, dada su bondad natural y su decisión inquebrantable de servicio a Dios. Su profesión solemne la emitió en Monforte del Cid. Seguidamente se enfrascó en los estudios filosóficos y teológicos, para los que tenía dones especiales y a los que se dedicó con verdadera unción en la escuela franciscana. Orihuela y Totana fueron las ciudades testigos de su paso. En ellas se inició como aprendiz de misionero y obispo. Semanalmente acudía a impartir la catequesis a los niños de la huerta valenciana, a los que amaba apostólicamente y a quienes dedicó las primeras prédicas al ser ordenado sacerdote en diciembre de 1927.
TRAYECTORIA DE UNA VIDA FECUNDA
Los dotes excepcionales que lo adornaban como sacerdote y el dominio natural de las relaciones humanas en el trato con campesinos y hombres de la ciudad las puso en juego en Totana, en donde se estrenó como sacerdote encargado de la ermita de San Roque, enclavada en los suburbios de la ciudad. Pero sus anhelos e ideales por los que él vibraba eran muy otros. El quería ser sacerdote y apóstol, sí, pero de onda larga. Al primer llamamiento que hicieron los superiores solicitaron personal misionero para la Guajira Sierra Nevada y Motilones, dio incondicionalmente su nombre. Y poniendo alas a sus sueños, embarcó en dura travesía hacia el desierto guajiro, en cuyo suelo calcinado encontraría la fórmula para dar rienda suelta a sus fervores de evangelizador. A caballo, en jeep, o más frecuentemente hundiendo su calzado franciscano en el suelo polvoriento, recorrió palmo a palmo las llanuras y vericuetos de los suelos vallenatos y guajiro, hasta escalar el más inaccesible bohío. No hubo rancho o caserío, por insignificante que fuera, sin ser hollado por sus pasos. Acudía con presteza a cualquier lugar donde se le llamara y no como invitado de honor, si no como Padre y Pastor. Cada visita era motivo obligado para el dialogo, y la exhortación. Fiel a su espíritu misionero estaba siempre dispuesto a dar catequesis o predicar al pueblo reunido, no importaba que fuera varias veces el mismo día. Su máximo gozo era poder proclamar la palabra de Dios. Sin prisas por cosechar éxitos ni frutos. Se conformaba con cumplir su oficio de sembrador. Otras manos cosecharían el fruto de su labor en tantas horas de siembra y de sol. Dato llamativo en su apostolado fue el ordenar un sacerdote por año para su territorio. En el contexto de la pastoral a todos los niveles era excepcional. Frecuentemente se hacía presente en los pequeños grupos apostólicos diocesanos. El mismo era el animador en los praesidium de la Legión de María pasaba como alumno en los cursillos de cristiandad o participaba activamente en la preparación de los grupos juveniles y en las charlas de cursos prematrimoniales. En todos los grupos se hacía oír su palabra de aliento inspirando siempre confianza y amor.